Ayer a la noche, en la editorial de los 3 años del blog, hablaba de la RPC: algo medular de este blog.
Este concepto no es usado popularmente por los bodegueros y sus estructuras de venta pues es un arma de doble filo: es difícil mostrar RPC Positiva en todo y siempre.
Quién va a promocionar un Vino diciendo que es caro, no?
Pero como la realidad es la única verdad, las consecuencias de vender Vino (o lo que sea) a precios mayores o mucho mayores a lo que realmente vale* es que la gente deja de comprar.
*Lo que vale y lo que cuesta un producto son conceptos bien distintos a veces confundidos. Ambos son parte de la RPC, pues si un Vino tiene RPC Positiva es que vale más de lo que cuesta, que entrega mucho por su costo. En la otra vereda, un Vino con RPC Negativa, cuesta más de lo que vale, entrega poco por su costo.
Esto es lo que le pasó al Vino en la Argentina en la historia más o menos reciente.
Y leyendo esta nota que salió en el news de Argentine Wines uno termina entendiendo mejor las cosas, al verlas de otra manera.
Les dejo la nota original, que es un editorial del Diario Los Andes de Mendoza (Grupo Clarín).
Es un buen relato y análisis (el último párrafo es contundente).
El consumo del vino ante sus competencias
En los últimos años el vino ha perdido lugar en las preferencias de muchos consumidores frente a las gaseosas y las cervezas. El hecho tiene directa relación con los cambios de hábitos en la población, pero también con los precios. Y en ambas temáticas nuestra industria debe actuar
Durante décadas, el vino se posicionó en el primer lugar en las preferencias del consumo de bebidas entre los argentinos. Sin embargo en los últimos años, como consecuencia de un cambio de hábitos, nuestra principal bebida ha ido perdiendo espacios a manos de sustitutas. Una situación que no sólo afecta a la Argentina y que es uno de los temas principales de estudio por parte de la Organización Internacional de la Vid y el Vino (OIV), el organismo rector de la vitivinicultura a nivel mundial.
En la década de los 70 el consumo de vino per cápita en la Argentina alcanzaba los 90 litros. Eran épocas en las que se priorizaba a nivel industrial la cantidad por sobre la calidad y en las que el vino era la principal bebida de la mesa familiar.
En las comidas se lo “cortaba” con soda y se convertía así en una bebida que refrescaba. Sin embargo, con el correr de los años aquellos hábitos fueron modificándose. Desapareció prácticamente en las grandes ciudades el almuerzo familiar mientras se observaba el ingreso de bebidas como las gaseosas, las cervezas, los jugos y el agua mineral que, por poseer una actividad concentrada en pocas manos (el vino se dispersa en miles de bodegas) tuvieron la facilidad para ampliar la publicidad en el consumo.
Paralelamente, muchas de esas bebidas, que si bien no otorgan la amplitud de posibilidades en lo que como placer ofrece el vino, sí permiten ocupar espacios de diferentes precios en las góndolas.
Años atrás, un estudio realizado en los lugares de turismo durante el verano concluyó que el consumo de gaseosas había aumentado considerablemente, pero también que había caído el de las marcas importantes.
Lo cierto es que de a poco el vino fue perdiendo espacios. Una encuesta hecha en el año 2010 determinó que las gaseosas ocupan el primer lugar en el consumo con 48% del total de las bebidas, seguidas por las cervezas, con 19%, el vino con 11% y mucho más atrás están los licores, con 1%. Así entonces, de aquellos 90 litros per cápita de décadas atrás, el vino bajó hoy a 30 litros, mientras las cervezas llegan a 49 litros anuales.
Con un dato no menos preocupante: esa caída se produjo en la parte baja de la pirámide -la de mayor consumo- motivada esencialmente por la diferencia de precios entre una bebida y otra.
Los aspectos señalados no han tomado por sorpresa a los principales actores de la industria, que realizaron los cambios necesarios para captar nuevos consumidores. Así, se modificó aquella tendencia de priorizar la cantidad por sobre la calidad y se realizaron cambios necesarios, como reconversión de viñedos, incorporación de tecnología en bodegas y miradas hacia el mercado externo.
Paralelamente se impulsó una diversificación en la derivación de uvas hacia mosto, pasas o uva en fresco. La decisión determinó que las exportaciones alcanzaran casi 2 mil millones de dólares y que la Argentina se ubique como el principal productor de jugo de uva en el mundo.
Pero restan tareas por realizar. Están previstas en el Plan Estratégico Vitivinícola y son coordinadas por la Coviar, una entidad integrada por los gobiernos de provincias vitivinícolas, el INV y las entidades que agrupan a bodegueros y productores.
Un punto fue la determinación del gobierno nacional de declarar al vino como “bebida nacional”, mientras que el Plan Estratégico ha sido tomado como ejemplo para otras actividades económicas.
La solución es compleja y los expertos están trabajando sobre el tema, pero hay un aspecto que también debe ser considerado en los estudios: el consumo tiene directa relación con el precio del producto y los números determinan que el cambio de hábitos de los consumidores también tuvo directa relación con las diferencias de precios.
Este concepto no es usado popularmente por los bodegueros y sus estructuras de venta pues es un arma de doble filo: es difícil mostrar RPC Positiva en todo y siempre.
Quién va a promocionar un Vino diciendo que es caro, no?
Pero como la realidad es la única verdad, las consecuencias de vender Vino (o lo que sea) a precios mayores o mucho mayores a lo que realmente vale* es que la gente deja de comprar.
*Lo que vale y lo que cuesta un producto son conceptos bien distintos a veces confundidos. Ambos son parte de la RPC, pues si un Vino tiene RPC Positiva es que vale más de lo que cuesta, que entrega mucho por su costo. En la otra vereda, un Vino con RPC Negativa, cuesta más de lo que vale, entrega poco por su costo.
Esto es lo que le pasó al Vino en la Argentina en la historia más o menos reciente.
Y leyendo esta nota que salió en el news de Argentine Wines uno termina entendiendo mejor las cosas, al verlas de otra manera.
Les dejo la nota original, que es un editorial del Diario Los Andes de Mendoza (Grupo Clarín).
Es un buen relato y análisis (el último párrafo es contundente).
El consumo del vino ante sus competencias
En los últimos años el vino ha perdido lugar en las preferencias de muchos consumidores frente a las gaseosas y las cervezas. El hecho tiene directa relación con los cambios de hábitos en la población, pero también con los precios. Y en ambas temáticas nuestra industria debe actuar
Durante décadas, el vino se posicionó en el primer lugar en las preferencias del consumo de bebidas entre los argentinos. Sin embargo en los últimos años, como consecuencia de un cambio de hábitos, nuestra principal bebida ha ido perdiendo espacios a manos de sustitutas. Una situación que no sólo afecta a la Argentina y que es uno de los temas principales de estudio por parte de la Organización Internacional de la Vid y el Vino (OIV), el organismo rector de la vitivinicultura a nivel mundial.
En la década de los 70 el consumo de vino per cápita en la Argentina alcanzaba los 90 litros. Eran épocas en las que se priorizaba a nivel industrial la cantidad por sobre la calidad y en las que el vino era la principal bebida de la mesa familiar.
En las comidas se lo “cortaba” con soda y se convertía así en una bebida que refrescaba. Sin embargo, con el correr de los años aquellos hábitos fueron modificándose. Desapareció prácticamente en las grandes ciudades el almuerzo familiar mientras se observaba el ingreso de bebidas como las gaseosas, las cervezas, los jugos y el agua mineral que, por poseer una actividad concentrada en pocas manos (el vino se dispersa en miles de bodegas) tuvieron la facilidad para ampliar la publicidad en el consumo.
Paralelamente, muchas de esas bebidas, que si bien no otorgan la amplitud de posibilidades en lo que como placer ofrece el vino, sí permiten ocupar espacios de diferentes precios en las góndolas.
Años atrás, un estudio realizado en los lugares de turismo durante el verano concluyó que el consumo de gaseosas había aumentado considerablemente, pero también que había caído el de las marcas importantes.
Lo cierto es que de a poco el vino fue perdiendo espacios. Una encuesta hecha en el año 2010 determinó que las gaseosas ocupan el primer lugar en el consumo con 48% del total de las bebidas, seguidas por las cervezas, con 19%, el vino con 11% y mucho más atrás están los licores, con 1%. Así entonces, de aquellos 90 litros per cápita de décadas atrás, el vino bajó hoy a 30 litros, mientras las cervezas llegan a 49 litros anuales.
Con un dato no menos preocupante: esa caída se produjo en la parte baja de la pirámide -la de mayor consumo- motivada esencialmente por la diferencia de precios entre una bebida y otra.
Los aspectos señalados no han tomado por sorpresa a los principales actores de la industria, que realizaron los cambios necesarios para captar nuevos consumidores. Así, se modificó aquella tendencia de priorizar la cantidad por sobre la calidad y se realizaron cambios necesarios, como reconversión de viñedos, incorporación de tecnología en bodegas y miradas hacia el mercado externo.
Paralelamente se impulsó una diversificación en la derivación de uvas hacia mosto, pasas o uva en fresco. La decisión determinó que las exportaciones alcanzaran casi 2 mil millones de dólares y que la Argentina se ubique como el principal productor de jugo de uva en el mundo.
Pero restan tareas por realizar. Están previstas en el Plan Estratégico Vitivinícola y son coordinadas por la Coviar, una entidad integrada por los gobiernos de provincias vitivinícolas, el INV y las entidades que agrupan a bodegueros y productores.
Un punto fue la determinación del gobierno nacional de declarar al vino como “bebida nacional”, mientras que el Plan Estratégico ha sido tomado como ejemplo para otras actividades económicas.
La solución es compleja y los expertos están trabajando sobre el tema, pero hay un aspecto que también debe ser considerado en los estudios: el consumo tiene directa relación con el precio del producto y los números determinan que el cambio de hábitos de los consumidores también tuvo directa relación con las diferencias de precios.
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