Me encuentro con otra carta abierta de Ángel Mendoza, un tipo muy importante de nuestro mundo del Vino.
Lo de aguja viene porque la escribió para Área del Vino, que realmente cada día viene peor con su línea editorial (lobby a ultranza y mala onda clarinetera).
Y hoy esto es una aguja en ese pajar.
Vamos a lo importante:
Observamos una década donde desciende sin protección el consumo de vinos ordinarios y asciende con ímpetu la venta de vinos de Alta Gama. Ante esto, somos espectadores de un cambio estructural del "Vino Bebida Popular" hacia el "Vino Placer" hedonístico y vendedor de status.
De esta manera, el enólogo se ha transformado en el vendedor más creíble en la cadena de valor vitivinícola. Como figura estelar en la comunicación, promoción y venta de los vinos de calidad superior, el hacedor de vinos corre riesgos de adoptar defectos de vedetismo, narcisismo, vanidad o alter ego. El narcisismo es una patología psicológica frecuente en este estilo de profesionales. Es peligroso, para el enólogo "enamorarse de sí mismo". Ya que una botella de vino expuesta en la góndola expresa una actividad intensiva de mano de obra, y posee muchos héroes anónimos, a veces más sobresalientes e importantes que la figura del enólogo.
Es por esto, que no es posible hablar de "vino de autor", cuando en el diseño de un vino participan muchos actores principales (viticultor-podadores-regadores-cosechadores -capataces de bodega -analistas de laboratorio - jefe de envasado - diseñadores - compras -vendedores -administración, entre otros). El vino no es un cuadro, una escultura o un plato de alta cocina. Ya que el 90% de la calidad del vino se debe a la uva y su terruño, muy poco al enólogo. Aunque el enólogo que no ve el viñedo antes de vinificar es como un pintor ciego.
Es así, que un vino noble es la conclusión armónica de muchas acciones humanas implícitas en la gestión y en la operación. En el vino es necesario hablar en primera persona del plural, siendo un producto de alta sensibilidad y que estimula el placer de los sentidos.
No es fácil envasar en cada botella a un enólogo, que explique con poesía, las cualidades o las frecuentes anomalías sensoriales del vino. El vino es una bebida que debe ser fácil de beber y no difícil de explicar. Así, curiosamente algunos vinos "muy caros no son tan buenos".
Es increíble que se pretenda distinguir la buena o mediocre calidad del vino si la botella posee su ¡¡"base cóncava o lisa"!! Y peor aún, cuando se piensa que los grandes vinos necesitan botellas pesadas. El vino emociona al ciudadano cuando invita a beber una segunda copa. Estos vinos no necesitan poesía y tampoco se necesita que el enólogo busque "libertad", "pasión", "inspiración en el sonido de los vientos", "el silencio de la altura" , "la profundidad de la calicata del viñedo y las piedras blancas" o espiritualidad y otras palabras abstractas, para seleccionar los vinos buenos que posee en la bodega.
La humildad y la diligencia del enólogo han sido avasalladas por la ansiedad y la presión del marketing.
Porque como el vino impresiona mucho a las clases sociales altas, parece que el enólogo debe impresionar con su imagen, vestimenta y lenguaje y no con su espíritu fuerte y solido para ser un líder del grupo. "Es director técnico y no autor o jugador". Es de carne y hueso y no un místico ser.
Alguna extravagancia puede tener, pero no es importante para cumplir su principal objetivo de desarrollar vinos auténticos, genuinos, agradables y originales. Sacralizar es atribuir carácter sagrado a algo o alguien que no lo tiene.
Personalmente considero que no es lógico sacralizar la viticultura y la enología para vender una botella de vino. En el arte de vender un vino es mejor aumentar y describir el número de momentos sagrados para disfrutar esta bebida natural que sacralizar el terruño (terroir) o la enología abstracta.
Ángel Mendoza
juanmmendoza@sinectis.com.ar
Lo de aguja viene porque la escribió para Área del Vino, que realmente cada día viene peor con su línea editorial (lobby a ultranza y mala onda clarinetera).
Y hoy esto es una aguja en ese pajar.
Vamos a lo importante:
La peligrosa sacralización comercial de la enología
Observamos una década donde desciende sin protección el consumo de vinos ordinarios y asciende con ímpetu la venta de vinos de Alta Gama. Ante esto, somos espectadores de un cambio estructural del "Vino Bebida Popular" hacia el "Vino Placer" hedonístico y vendedor de status.
De esta manera, el enólogo se ha transformado en el vendedor más creíble en la cadena de valor vitivinícola. Como figura estelar en la comunicación, promoción y venta de los vinos de calidad superior, el hacedor de vinos corre riesgos de adoptar defectos de vedetismo, narcisismo, vanidad o alter ego. El narcisismo es una patología psicológica frecuente en este estilo de profesionales. Es peligroso, para el enólogo "enamorarse de sí mismo". Ya que una botella de vino expuesta en la góndola expresa una actividad intensiva de mano de obra, y posee muchos héroes anónimos, a veces más sobresalientes e importantes que la figura del enólogo.
Es por esto, que no es posible hablar de "vino de autor", cuando en el diseño de un vino participan muchos actores principales (viticultor-podadores-regadores-cosechadores -capataces de bodega -analistas de laboratorio - jefe de envasado - diseñadores - compras -vendedores -administración, entre otros). El vino no es un cuadro, una escultura o un plato de alta cocina. Ya que el 90% de la calidad del vino se debe a la uva y su terruño, muy poco al enólogo. Aunque el enólogo que no ve el viñedo antes de vinificar es como un pintor ciego.
Es así, que un vino noble es la conclusión armónica de muchas acciones humanas implícitas en la gestión y en la operación. En el vino es necesario hablar en primera persona del plural, siendo un producto de alta sensibilidad y que estimula el placer de los sentidos.
No es fácil envasar en cada botella a un enólogo, que explique con poesía, las cualidades o las frecuentes anomalías sensoriales del vino. El vino es una bebida que debe ser fácil de beber y no difícil de explicar. Así, curiosamente algunos vinos "muy caros no son tan buenos".
Es increíble que se pretenda distinguir la buena o mediocre calidad del vino si la botella posee su ¡¡"base cóncava o lisa"!! Y peor aún, cuando se piensa que los grandes vinos necesitan botellas pesadas. El vino emociona al ciudadano cuando invita a beber una segunda copa. Estos vinos no necesitan poesía y tampoco se necesita que el enólogo busque "libertad", "pasión", "inspiración en el sonido de los vientos", "el silencio de la altura" , "la profundidad de la calicata del viñedo y las piedras blancas" o espiritualidad y otras palabras abstractas, para seleccionar los vinos buenos que posee en la bodega.
La humildad y la diligencia del enólogo han sido avasalladas por la ansiedad y la presión del marketing.
Porque como el vino impresiona mucho a las clases sociales altas, parece que el enólogo debe impresionar con su imagen, vestimenta y lenguaje y no con su espíritu fuerte y solido para ser un líder del grupo. "Es director técnico y no autor o jugador". Es de carne y hueso y no un místico ser.
Alguna extravagancia puede tener, pero no es importante para cumplir su principal objetivo de desarrollar vinos auténticos, genuinos, agradables y originales. Sacralizar es atribuir carácter sagrado a algo o alguien que no lo tiene.
Personalmente considero que no es lógico sacralizar la viticultura y la enología para vender una botella de vino. En el arte de vender un vino es mejor aumentar y describir el número de momentos sagrados para disfrutar esta bebida natural que sacralizar el terruño (terroir) o la enología abstracta.
Ángel Mendoza
juanmmendoza@sinectis.com.ar