Acá replico otra nota interesante que me llegó por Argentine Wines. La escribió Gabriel Bustos Herrera para el diario Los Andes.
Gabriel Bustos Herrera es periodista económico.
La nota:
Motor privado, sombrilla política
Historia de una asociación de lo público con lo privado, que está gestando otra cultura exportadora. Los problemas actuales de los exportadores. Por aquellos días ir a vender afuera sonaba a quimera. “Hay que producir calidad y abrirse al mundo”, se oía. Discurso de campaña, advertían los escépticos. Al arrancar los ’90 aquí en el valle la exportación era cosa de muy pocos. Y grandes. Impulsos sueltos de los sucesivos gobiernos, que trajinaban con burocráticas Direcciones de Comercio Exterior, pesadas, politizadas. En el amanecer de los ’90 Mendoza rondaba los 200 millones de dólares en exportaciones y una docena de empresas atesoraban casi el 90% del paquete. Los chicos no daban escala, según los académicos. Más de la mitad de los verdes de Washington venían del rubro petróleo y combustibles (el 54,5%) y más abajo aparecían el ajo y las cebollas que vendíamos a Brasil con altibajos.
De lo público y lo privado. Siguiendo los pasos de Pro Chile -que ya hacía historia en el comercio exterior y estaba presente en cuanto mercado asomaba-, un grupo de emprendedores que trajinaba vidrieras por el mundo acordó con el gobernador Arturo Lafalla, en 1996, juntar las ollas para mejorar la cena.
Inusual: el gobierno ponía los recursos que usaba en su estructura burocrática y las cámaras empresarias se asociaban en la gestión integrando una sociedad mixta: nació Pro Mendoza.
Había una estrategia ambiciosa: extender la cultura exportadora a los más chicos y ampliar el espectro de quienes producían calidad para venderle al mundo. Sombrilla política, motor privado, gestión profesional. Hubo luego amagues políticos desde el Barrio Cívico para volver a estatizar la gestión exportadora, preocupados algunos de que el asunto anduviera lejos de las manos partidarias.
“Antes de llegar al 2000, tenemos que superar los 1.000 millones de dólares”, desafió Ernesto Pérez Cuesta, que presidía la Bolsa de Comercio y acababa de erigir en Guaymallén el primer shopping de Mendoza.
Fue en el lanzamiento de Pro Mendoza, ante la concurrencia empresaria y política, reunida una tarde de 1996 en el salón de ruedas de la Bolsa. Acababa de poner a Pro Mendoza una meta que implicaba más que triplicar las exportaciones mendocinas.
Asintieron desde la primera fila los promotores de esa integración público-privada: además de Pérez Cuesta, el textil Adolfo Trípodi, que presidía la Federación Económica, que congregaba a los pyme; Meilán Salgado, al frente de la UCIM, que asociaba los empresarios de los grupos grandes (Pescarmona, Cartellone, Verzini de Corcemar, entre otros).
La sombrilla del aval político fue de Lafalla, que por entonces atajaba los embates del justicialismo vernáculo, crítico e inquieto por las concesiones de la política a los empresarios y las ONGs (también hubo empellones radicales en los 2000).
Eran tiempos complejos: el PJ venía de adjudicar a 34 cooperativas vitivinícolas -unos 5.500 viñateros sin bodega- la vieja y quebrada estructura de Giol; proponía transferir a la Nación la deficitaria Caja de Jubilaciones de los empleados públicos y ya se insinuaba el desmoronamiento final del Banco de Mendoza, cuyo proceso deficitario de medio siglo dejaría una Mendoza endeudada, con 1.000 millones de pesos-dólares en una fétida bolsa incobrable llamada Fondo Residual y los restos del banco vendidos de apuro al clan de Raúl Moneta (el Banco República, que luego quebró animando profusas páginas policiales en el país).
Al Pacífico. Fueron casi los mismos empresarios que propusieron, antes de terminar los ’90, otras facetas de la apertura al Pacífico: el grupo Tecnicagua de los Díaz Telli planteó en 1994 la recuperación del tren Trasandino (junto con el Proyecto Ecovías, para el transporte en la ciudad) y aparecieron los primeros esbozos de un Túnel de Baja Altura (faraónico, imposible, se clausuró entonces).
Desde la Bolsa local, un grupo de estudiosos de la Bolsa de Córdoba vino y planteó una alianza interregional del Sur de Brasil-nuestra Pampa Húmeda-el Oeste argentino (Mendoza y San Juan básicamente) y el Centro de Chile. Todo apuntaba a los mercados del Sudeste Asiático, China, India: Hombres mirando al oeste titulábamos en Los Andes de aquellos días.
Con protagonistas parecidos y entusiasmos compartidos, empresarios y funcionarios políticos jugaron una carta osada: tramitaron el alquiler de medio puerto en Quinteros, Chile (Puerto Ventana). Se lo intentó como una base de operaciones para los exportadores locales rumbo al Pacífico.
Pero, cuando todo parecía listo, los resabios militaristas del gobierno de Chile, las hipótesis de conflicto sobreviviente y sus planteos geopolíticos, mandaron el acuerdo al incinerador.
En aquellos comienzos, desde Pro Mendoza y durante un par de temporadas se alquilaron aviones cargueros para poner la fruta y las conservas de la provincia en contraestación en el Viejo Mundo.
La otra cultura. La idea de integración de lo privado con lo público (que luego ampliaría la Coviar vitivinícola, en 2004) con picos y valles en los resultados, consiguió enhebrar una nueva concepción exportadora: el año pasado, Mendoza exportó por 1.800 millones de dólares (en 1999 eran 280).
Una veintena de grandes siguen vendiendo la mayor porción del paquete pero ya hay más de 700 empresas chicas y medianas que se mueven en el comercio exterior con producción local.
Un dato que no es menor: de los 1.800, unos 750 millones de dólares vienen de las viñas y lagares de la industria vitivinícola (vinos, mosto y pasas).
El protagonismo no es ya del petróleo ni del ajo -que supieron ser la soja nuestra de cada día- sino las manufacturas de origen agropecuario (son ya el 55%, y las de origen industrial (MOI) que pasaron del 9% al 19%. O sea, más dólares, más protagonistas, mayor valor agregado.
En la cuenta final, además, no se especifica lo que le aporta al turismo -el nuevo protagonista de nuestro PBG- la promoción de viñedos y bodegas para los Caminos del Vino y los tours en bodegas, nuevas estrellas del esparcimiento mundial.
Por cierto, hay asuntos para preocuparse, y algunos graves: el CEM y varias cámaras empresarias claman por la pérdida de competitividad a raíz de la inflación interna y el cambio-dólar adormecido (sube el piso con un techo fijo en los mercados); advierten que los mejores precios internacionales sostienen un precario equilibrio en la curva exportadora, pero intuyen que los volúmenes vienen en baja después de la crisis mundial de 2009.
Estiman riesgoso además centralizar la mayor parte de las exportaciones en 2 ó 3 grandes mercados (los de Estados Unidos y Brasil dominan ampliamente la grilla de nuestras exportaciones) y sugieren -entre otras medidas reclamadas al gobierno de la Rosada- diversificar mercados, poner fichas al Asia y pelearle a Cristina-Boudou las retenciones y los reintegros (por cierto, no faltan los que piden otra relación de cambio, sabiendo del piloto automático hasta 2012).
En el último informe del CEM se destacan los 2.800 millones de dólares exportados por San Juan y su explosivo crecimiento. Es de oro: la estrella refulgente de la Barrick Gold en Veladero y otras minas (sumó el año pasado 2.400 de los 2.800 millones de dólares exportados por los pagos de Gioja).
Cinco años atrás, San Juan exportaba 250 millones en producción agro-industrial. “Es un solo mega-exportador, protagonista del 80% de las ventas y multinacional; además, a un único mercado”, relativizan aquí. Pero el oro ha generado ya 350 empresas pyme proveedoras y 3.000 empleos nuevos.
Los empresarios y políticos que gestaron la integración público-privada de los ’90, creen en el nuevo proceso y se irritan por los flamantes escollos.
Motor empresario, sombrilla política: una sociedad que puede empujar el carro a pesar de la arena.
Gabriel Bustos Herrera es periodista económico.
La nota:
Motor privado, sombrilla política
Historia de una asociación de lo público con lo privado, que está gestando otra cultura exportadora. Los problemas actuales de los exportadores. Por aquellos días ir a vender afuera sonaba a quimera. “Hay que producir calidad y abrirse al mundo”, se oía. Discurso de campaña, advertían los escépticos. Al arrancar los ’90 aquí en el valle la exportación era cosa de muy pocos. Y grandes. Impulsos sueltos de los sucesivos gobiernos, que trajinaban con burocráticas Direcciones de Comercio Exterior, pesadas, politizadas. En el amanecer de los ’90 Mendoza rondaba los 200 millones de dólares en exportaciones y una docena de empresas atesoraban casi el 90% del paquete. Los chicos no daban escala, según los académicos. Más de la mitad de los verdes de Washington venían del rubro petróleo y combustibles (el 54,5%) y más abajo aparecían el ajo y las cebollas que vendíamos a Brasil con altibajos.
De lo público y lo privado. Siguiendo los pasos de Pro Chile -que ya hacía historia en el comercio exterior y estaba presente en cuanto mercado asomaba-, un grupo de emprendedores que trajinaba vidrieras por el mundo acordó con el gobernador Arturo Lafalla, en 1996, juntar las ollas para mejorar la cena.
Inusual: el gobierno ponía los recursos que usaba en su estructura burocrática y las cámaras empresarias se asociaban en la gestión integrando una sociedad mixta: nació Pro Mendoza.
Había una estrategia ambiciosa: extender la cultura exportadora a los más chicos y ampliar el espectro de quienes producían calidad para venderle al mundo. Sombrilla política, motor privado, gestión profesional. Hubo luego amagues políticos desde el Barrio Cívico para volver a estatizar la gestión exportadora, preocupados algunos de que el asunto anduviera lejos de las manos partidarias.
“Antes de llegar al 2000, tenemos que superar los 1.000 millones de dólares”, desafió Ernesto Pérez Cuesta, que presidía la Bolsa de Comercio y acababa de erigir en Guaymallén el primer shopping de Mendoza.
Fue en el lanzamiento de Pro Mendoza, ante la concurrencia empresaria y política, reunida una tarde de 1996 en el salón de ruedas de la Bolsa. Acababa de poner a Pro Mendoza una meta que implicaba más que triplicar las exportaciones mendocinas.
Asintieron desde la primera fila los promotores de esa integración público-privada: además de Pérez Cuesta, el textil Adolfo Trípodi, que presidía la Federación Económica, que congregaba a los pyme; Meilán Salgado, al frente de la UCIM, que asociaba los empresarios de los grupos grandes (Pescarmona, Cartellone, Verzini de Corcemar, entre otros).
La sombrilla del aval político fue de Lafalla, que por entonces atajaba los embates del justicialismo vernáculo, crítico e inquieto por las concesiones de la política a los empresarios y las ONGs (también hubo empellones radicales en los 2000).
Eran tiempos complejos: el PJ venía de adjudicar a 34 cooperativas vitivinícolas -unos 5.500 viñateros sin bodega- la vieja y quebrada estructura de Giol; proponía transferir a la Nación la deficitaria Caja de Jubilaciones de los empleados públicos y ya se insinuaba el desmoronamiento final del Banco de Mendoza, cuyo proceso deficitario de medio siglo dejaría una Mendoza endeudada, con 1.000 millones de pesos-dólares en una fétida bolsa incobrable llamada Fondo Residual y los restos del banco vendidos de apuro al clan de Raúl Moneta (el Banco República, que luego quebró animando profusas páginas policiales en el país).
Al Pacífico. Fueron casi los mismos empresarios que propusieron, antes de terminar los ’90, otras facetas de la apertura al Pacífico: el grupo Tecnicagua de los Díaz Telli planteó en 1994 la recuperación del tren Trasandino (junto con el Proyecto Ecovías, para el transporte en la ciudad) y aparecieron los primeros esbozos de un Túnel de Baja Altura (faraónico, imposible, se clausuró entonces).
Desde la Bolsa local, un grupo de estudiosos de la Bolsa de Córdoba vino y planteó una alianza interregional del Sur de Brasil-nuestra Pampa Húmeda-el Oeste argentino (Mendoza y San Juan básicamente) y el Centro de Chile. Todo apuntaba a los mercados del Sudeste Asiático, China, India: Hombres mirando al oeste titulábamos en Los Andes de aquellos días.
Con protagonistas parecidos y entusiasmos compartidos, empresarios y funcionarios políticos jugaron una carta osada: tramitaron el alquiler de medio puerto en Quinteros, Chile (Puerto Ventana). Se lo intentó como una base de operaciones para los exportadores locales rumbo al Pacífico.
Pero, cuando todo parecía listo, los resabios militaristas del gobierno de Chile, las hipótesis de conflicto sobreviviente y sus planteos geopolíticos, mandaron el acuerdo al incinerador.
En aquellos comienzos, desde Pro Mendoza y durante un par de temporadas se alquilaron aviones cargueros para poner la fruta y las conservas de la provincia en contraestación en el Viejo Mundo.
La otra cultura. La idea de integración de lo privado con lo público (que luego ampliaría la Coviar vitivinícola, en 2004) con picos y valles en los resultados, consiguió enhebrar una nueva concepción exportadora: el año pasado, Mendoza exportó por 1.800 millones de dólares (en 1999 eran 280).
Una veintena de grandes siguen vendiendo la mayor porción del paquete pero ya hay más de 700 empresas chicas y medianas que se mueven en el comercio exterior con producción local.
Un dato que no es menor: de los 1.800, unos 750 millones de dólares vienen de las viñas y lagares de la industria vitivinícola (vinos, mosto y pasas).
El protagonismo no es ya del petróleo ni del ajo -que supieron ser la soja nuestra de cada día- sino las manufacturas de origen agropecuario (son ya el 55%, y las de origen industrial (MOI) que pasaron del 9% al 19%. O sea, más dólares, más protagonistas, mayor valor agregado.
En la cuenta final, además, no se especifica lo que le aporta al turismo -el nuevo protagonista de nuestro PBG- la promoción de viñedos y bodegas para los Caminos del Vino y los tours en bodegas, nuevas estrellas del esparcimiento mundial.
Por cierto, hay asuntos para preocuparse, y algunos graves: el CEM y varias cámaras empresarias claman por la pérdida de competitividad a raíz de la inflación interna y el cambio-dólar adormecido (sube el piso con un techo fijo en los mercados); advierten que los mejores precios internacionales sostienen un precario equilibrio en la curva exportadora, pero intuyen que los volúmenes vienen en baja después de la crisis mundial de 2009.
Estiman riesgoso además centralizar la mayor parte de las exportaciones en 2 ó 3 grandes mercados (los de Estados Unidos y Brasil dominan ampliamente la grilla de nuestras exportaciones) y sugieren -entre otras medidas reclamadas al gobierno de la Rosada- diversificar mercados, poner fichas al Asia y pelearle a Cristina-Boudou las retenciones y los reintegros (por cierto, no faltan los que piden otra relación de cambio, sabiendo del piloto automático hasta 2012).
En el último informe del CEM se destacan los 2.800 millones de dólares exportados por San Juan y su explosivo crecimiento. Es de oro: la estrella refulgente de la Barrick Gold en Veladero y otras minas (sumó el año pasado 2.400 de los 2.800 millones de dólares exportados por los pagos de Gioja).
Cinco años atrás, San Juan exportaba 250 millones en producción agro-industrial. “Es un solo mega-exportador, protagonista del 80% de las ventas y multinacional; además, a un único mercado”, relativizan aquí. Pero el oro ha generado ya 350 empresas pyme proveedoras y 3.000 empleos nuevos.
Los empresarios y políticos que gestaron la integración público-privada de los ’90, creen en el nuevo proceso y se irritan por los flamantes escollos.
Motor empresario, sombrilla política: una sociedad que puede empujar el carro a pesar de la arena.
No hay comentarios :
Publicar un comentario
Comenta, coincidiendo o discrepando, que ayuda a pensar mejor