Acabo de leer otra nota interesante en el news de Argentine Wine. Y que da para seguirla por varias de sus facetas, además de encarar el tema (mi título), aunque no será esta vez (estoy poniéndome al día y esto se puede profundizar muchísimo) y ahora solo voy a replicar la nota de Cristian Avanzini, periodista de Los Andes On Line. Pero claro que pueden opinar y prometo seguirla.
¿El argentino paga lo que sea por un vino?
El porqué un vino que se produce a escasos de kilómetros de mi casa cuesta lo mismo que en Córdoba, Buenos Aires o Misiones es una de las preguntas que se hacen los mendocinos cuando viajan fuera de la provincia.
Dejando de lado los índices de precios propios de la realidad económica de cada ciudad, la respuesta a la cuestión es que las bodegas calculan el costo total de los fletes para la distribución nacional y luego lo cargan a los costos del producto, lo que da un valor uniforme para San Juan o La Quiaca.
Si esta regla se aplicara también al comercio exterior, una botella de un tinto que acá se consigue a, digamos, 30 pesos, costaría una fortuna en China. Curiosamente, en una góndola pequinesa esta botella cuesta hasta un 10 por ciento menos que en una tienda de Luján, por ejemplo. Varios empresarios me habían hablado de aspectos de la competitividad y el posicionamiento externo, pero ninguno me había dado una explicación tan chocante como la que recibí de un representante de ventas de una bodega de San Rafael que está entre las más importantes del país. “Es que el argentino paga lo que sea”, me dijo con cara de piedra en una feria de vinos argentinos en la capital china.
El ejecutivo me explicó que para competir con otros productores del nuevo mundo en el exterior tenían que ajustar sus precios al máximo, lo cual me parece lógico, pero que en el mercado interno, al no haber jugadores extranjeros que amenacen las ventas, pueden “estirar” más los precios.
“¿A qué viene toda esta reflexión?”, se preguntará el lector. A la política de comercio internacional del Gobierno, tema que ha estado en boga en redacciones y en la calle desde hace semanas, y ha desatado polémicas entre proteccionistas, liberales, K, anti-K, columnistas, empresarios y hasta Doña Rosa.
Fuera de la provisión de insumos, las medidas no deberían impactar en el sector vitivinícola argentino ya que no necesita que nadie lo proteja de la invasión de caldos chilenos o uruguayos y mucho menos franceses o italianos. A fuerza de calidad y promoción permanente ha sabido defenderse solo ya que a esta altura solo algún sibarita preferiría un vino importado a uno argentino en el consumo cotidiano.
El punto es que, si tomo como válido lo que me comentó el ejecutivo de ventas en Pekín, estos mismos empresarios que inflan sus precios en la Argentina deberán vérselas ahora con las consecuencias indirectas de las restricciones del Gobierno a las importaciones. Esto es: si algunos de los grandes destinos de los vinos argentinos como Brasil, Estados Unidos o el Reino Unido implementan medidas recíprocas y cierran sus puertas, los bodegueros exportadores van a depender cada vez más del consumidor local.
Ojalá eso no suceda pero, si es así, tal vez tengan que replantearse su relación con quien será -al menos hasta que se normalice la situación- uno de los principales “financistas” de su negocio.
¿El argentino paga lo que sea por un vino?
El porqué un vino que se produce a escasos de kilómetros de mi casa cuesta lo mismo que en Córdoba, Buenos Aires o Misiones es una de las preguntas que se hacen los mendocinos cuando viajan fuera de la provincia.
Dejando de lado los índices de precios propios de la realidad económica de cada ciudad, la respuesta a la cuestión es que las bodegas calculan el costo total de los fletes para la distribución nacional y luego lo cargan a los costos del producto, lo que da un valor uniforme para San Juan o La Quiaca.
Si esta regla se aplicara también al comercio exterior, una botella de un tinto que acá se consigue a, digamos, 30 pesos, costaría una fortuna en China. Curiosamente, en una góndola pequinesa esta botella cuesta hasta un 10 por ciento menos que en una tienda de Luján, por ejemplo. Varios empresarios me habían hablado de aspectos de la competitividad y el posicionamiento externo, pero ninguno me había dado una explicación tan chocante como la que recibí de un representante de ventas de una bodega de San Rafael que está entre las más importantes del país. “Es que el argentino paga lo que sea”, me dijo con cara de piedra en una feria de vinos argentinos en la capital china.
El ejecutivo me explicó que para competir con otros productores del nuevo mundo en el exterior tenían que ajustar sus precios al máximo, lo cual me parece lógico, pero que en el mercado interno, al no haber jugadores extranjeros que amenacen las ventas, pueden “estirar” más los precios.
“¿A qué viene toda esta reflexión?”, se preguntará el lector. A la política de comercio internacional del Gobierno, tema que ha estado en boga en redacciones y en la calle desde hace semanas, y ha desatado polémicas entre proteccionistas, liberales, K, anti-K, columnistas, empresarios y hasta Doña Rosa.
Fuera de la provisión de insumos, las medidas no deberían impactar en el sector vitivinícola argentino ya que no necesita que nadie lo proteja de la invasión de caldos chilenos o uruguayos y mucho menos franceses o italianos. A fuerza de calidad y promoción permanente ha sabido defenderse solo ya que a esta altura solo algún sibarita preferiría un vino importado a uno argentino en el consumo cotidiano.
El punto es que, si tomo como válido lo que me comentó el ejecutivo de ventas en Pekín, estos mismos empresarios que inflan sus precios en la Argentina deberán vérselas ahora con las consecuencias indirectas de las restricciones del Gobierno a las importaciones. Esto es: si algunos de los grandes destinos de los vinos argentinos como Brasil, Estados Unidos o el Reino Unido implementan medidas recíprocas y cierran sus puertas, los bodegueros exportadores van a depender cada vez más del consumidor local.
Ojalá eso no suceda pero, si es así, tal vez tengan que replantearse su relación con quien será -al menos hasta que se normalice la situación- uno de los principales “financistas” de su negocio.
Dió nisio Te oiga !
ResponderEliminarAyer la leí y me acordé de vos ja ja
ResponderEliminarAbrazo !!!
Había leído la nota y me dio mucha bronca. Ratifica mi idea de que el problema de la Argentina son los argentinos. Aclaro que lo digo en forma irónica, pero como toda ironía tiene un grado de verdad o aspecto para pensar.
ResponderEliminarNo quiero ser repetitivo....pero no puedo evitar mencionar que ayer también leí el artículo que mandó Argentine Wine y .........me pasó lo mismo que a José!!!!! Jejejejee.....
ResponderEliminarBuena opinión de Ariel.
Abrazo
WILLIE